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Antonio Betancor conoció
personalmente a Walter y a su perro
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Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo un hecho curioso en las Islas Canarias, específicamente en la Punta de Jandía, ubicada en la isla de Fueteventura, lugar donde funcionaba una factoría alemana. Allí trabajaban muchos canarios con sus familias y vivían en unas casitas apartadas de las casas de los alemanes.
Entre los alemanes había un joven que destacaba por su alegría; le encantaba tocar el violín y armar una fiesta en cualquier parte, junto a su inseparable amigo, un enorme perro, mezcla de pastor alemán con lobo, que bailaba junto a su amo, mientras este tocaba diversas melodías.
El joven alemán se llamaba Walter y era el alma de aquel lugar. Los canarios lo querían mucho por ser muy dado a la amistad y transformar las jornadas laborales en auténticos momentos de esparcimiento, así como en las noches montaba la fiesta con su bellísimo perro.
Un día de 1942, llegó un telegrama desde Berlín, informándole que tenía que ingresar al ejército por haber cumplido la edad requerida para ir al frente. Se despidió con su violín en la mano, dejando a su inseparable perro en la factoría.
El perro tomo una actitud triste, melancólica, casi no comía. Pasaron varios meses y de repente se escucharon en toda la isla, unos aullidos espeluznantes, eran unos aullidos como de muerte, dados por el perro de Walter. Ese día y durante la noche eran aullidos y aullidos, hasta que de repente echo a correr, a lo mejor los alemanes le pegaron para que se callara, lo cierto es que se refugió en la montaña de El Matorral, transformándose en un perro salvaje, mataba ovejas, cabritos y pollos.
En vista de las muertes de animales se organizó entre los pastores una expedición armada para matar al perro, pero este se escondía muy bien entre los riscos de la montaña, haciéndose inalcanzable para los aldeanos, por lo que le pidieron ayuda a la guardia civil y esta al fin lo consiguió una mañana y lo mató.
Tiempo después llegó una carta del frente de batalla, diciendo que Walter había muerto. Lo curioso es que no se precisaba el lugar de la muerte, unos decían que fue en Stalingrado y otros que fue en los llanos de Ucrania, aunque la epístola si señalaba la fecha y la hora de la muerte, que no es otra que la fecha y la hora en que el perro se volvió loco y comenzó a dar aullidos de dolor.
La historia es real, mi padre Antonio Betancor, de niño vivió allí y conoció personalmente a Walter y a su perro, ya que mi abuelo trabajaba como enfermero en la factoría alemana.
Siempre se nos dice que los animales no piensan y actúan por instintos emocionales, pero hay hechos que ni siquiera la ciencia puede explicar, como este, ocurrido a principios de 1943 en el que un perro sintió la muerte de su dueño, ocurrida a miles de kilómetros de distancia.
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